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    silbaba un himno popular. Ambos saludaron a Ferrier con una inclinación de cabeza, y el de la mecedora
    dio principio a la conversación.
     Quiz�s usted no nos conoce  dijo . Ese que ve usted ah� es hijo del anciano Drebber, y yo soy
    Joseph Stangerson, el mismo que hizo el viaje con ustedes por el desierto en la ocasión aquella en que el
    Se�or alargó su mano y los recogió dentro de la verdadera congregación de sus fieles.
     Y eso mismo har� a su debido tiempo con todos los pueblos  dijo el otro con voz nasal . El Se�or
    muele lentamente pero muele fino.
    John Ferrier hizo una fr�a inclinación. Hab�a adivinado a qu� ven�an sus visitantes.
     Hemos venido  dijo Stangerson por consejo de nuestros padres, a pedir la mano de vuestra hija
    para el que usted y ella elijan de nosotros dos. Como yo sólo tengo cuatro esposas y el hermano Debber
    tiene siete, creo tener un t�tulo m�s poderoso que el suyo.
     No, no, hermano Stangerson  exclamó el otro . No se trata de cu�ntas esposas tiene cada uno de
    nosotros, sino del n�mero de ellas que es capaz de mantener. Yo soy el m�s rico de los dos, porque mi
    padre me ha cedido ya sus talleres.
     Pero mis perspectivas son mejores  contestó acaloradamente el otro . Cuando el Se�or se lleve a mi
    padre, pasar�n a mis manos su curtidur�a y su f�brica de art�culos de cuero. Adem�s, tengo m�s a�os que
    t� y ocupo en la Iglesia una posición m�s elevada.
     La que ha de decidir es la moza  le replicó Drebber, haciendo una mueca a su propia imagen reflejada
    en el espejo . Dejaremos todo a su propia elección.
    John Ferrier hab�a permanecido durante todo este di�logo recomi�ndose la ira en el umbral de la puerta y
    conteni�ndose a duras penas para no descargar su fusta en las espaldas de sus dos visitantes.
     Escuchadme  exclamó al fin, avanzando hacia ellos . Cuando mi hija os llame pod�is venir, pero
    hasta entonces no quiero ver por aqu� vuestras caras.
    Los dos jóvenes mormones se le quedaron mirando con asombro. Aquella pugna que sosten�an entre s�
    por la doncella constitu�a a sus ojos el m�s alto honor para la joven y para el padre.
     Esta habitación tiene dos salidas  les gritó Ferrier ; una es la puerta, y la otra, la ventana. �Cu�l de
    las dos os apetece?
    Su rostro moreno ten�a una expresión tal de ferocidad, y sus enjutas manos parec�an tan amenazadoras,
    que sus visitantes se pusieron en pie de un salto y emprendieron una retirada presurosa. El anciano
    granjero los siguió hasta la puerta.
     Cuando os hay�is puesto de acuerdo sobre cu�l de los dos ha de ser, me lo comunic�is  dijo
    burlonamente.
     Pagar� usted esto muy caro  gritó Stangerson, blanco de furor . Ha desafiado usted al Profeta y al
    Consejo de los Cuatro. Le pesar� hasta el fin de sus d�as.
     La mano del Se�or se asentar� pesadamente sobre usted  le gritó el joven Drebber . �Se alzar� y lo
    aplastar�!
     Yo mismo empezar� el aplastamiento  exclamó Ferrier, furioso.
    Y si Lucy no le hubiera agarrado del brazo y se lo hubiera impedido, habr�a echado a correr escaleras
    arriba en busca de su escopeta. Antes que el padre pudiera desembarazarse de su hija, el ruido de los
    caballos le advirtió que ellos estaban ya fuera de su alcance.
     � Los muy canallas e hipoeritones jovenzuelos!
     exclamó enjug�ndose el sudor de la frente . Muchacha, preferir�a verte enterrada antes que convertida
    en mujer de ninguno de los dos.
     Y yo tambi�n, padre  contestó ella, mimosa . Pero Jefferson no tardar� en estar aqu�.
     S�. No tardar� mucho en venir. Cuanto antes, mejor, porque ignoramos qu� medida tomar�n a
    continuación.
    Era ya hora de que alguien capaz de aconsejar y de prestar ayuda acudiese en socorro del anciano y
    valeroso granjero y de su hija adoptiva. En toda la historia de la colonia no se hab�a dado un caso de
    desobediencia tan flagrante a la autoridad de los Ancianos. Cuando las faltas peque�as se castigaban con
    tal rigor, �qu� suerte le esperaba a aquel archi-rrebelde? Ferrier sab�a que de nada iban a servir su riqueza
    y su posición social. Otros tan ricos y tan bien conocidos como �l hab�an desaparecido de pronto, pasando
    sus bienes a manos de la Iglesia. Era un hombre valeroso, pero temblaba pensando en las amenazas
    pavorosas, vagas y confusas que se le ven�an encima. Era capaz de hacer frente con la boca apretada a [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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