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    poco la melena
     Hoy no puedes venir conmigo le dijo a Janhoy . Ser�as un estorbo, y adem�s podr�an hacerte
    da�o. No podr�a soportar el perderte tambi�n a ti, Janhoy. Te quiero demasiado.
    El león insistió en acompa�arle, e intentó seguirle incluso cuando llegaron a los escarpados acantilados
    que marcaban el l�mite de la meseta. Ras le gritó y le arrojó piedras, y finalmente Janhoy acabó
    retrocediendo para quedarse en una cornisa del risco.
    Cuando llegó al final del acantilado Ras levantó la mirada. La gran nariz de Janhoy y sus ojos, todav�a
    ofendidos, segu�an siendo visibles.
     �Volver�! gritó Ras.
    Estaba preocupado por Janhoy. Aunque Ras y Yusufu le hab�an ense�ado cómo cazar, si no le
    ayudaban al león le resultaba bastante dif�cil conseguir la suficiente cantidad de presas. Aparte de los
    leopardos, los ant�lopes, los cerdos y los gorilas, en la meseta no hab�a grandes animales. Cuando Ras
    era m�s joven hab�a unas cuantas cebras, pero los leopardos hab�an acabado con ellas. Janhoy mataba
    un cerdo de vez en cuando. Los ant�lopes resultaban una presa dif�cil para un león solo, y los leopardos
    eran demasiado veloces y �giles para Janhoy. Estaba tan acostumbrado a los gorilas, ya que de cachorro
    Ras le hab�a llevado con ellos, que los inclu�a en la misma categor�a que a Yusufu, Mariyam y Ras. No
    eran carne para comer.
    Si Ras y Yusufu no hubieran cazado de vez en cuando ant�lopes para �l, o con �l, Janhoy se habr�a
    muerto de hambre. Ahora, �qu� podr�a hacer si su �nica ayuda se marchaba!
    Tendr�a que arregl�rselas de alguna forma.
    La quema del mal
    Ras se detuvo cuando hab�a recorrido un kilómetro de jungla. Pensar en Janhoy muri�ndose de hambre
    le causaba un dolor casi insoportable, pero no pod�a volver a subir los acantilados y perder el tiempo
    necesario para cazar un ant�lope o un cerdo que mantuviera alimentado al león hasta que regresara.
    Yusufu le necesitaba. Era muy posible que en ese mismo instante le estuvieran torturando. Ras meneó la
    cabeza y siguió adelante.
    Desde el final de la meseta donde terminaba la catarata hasta el poblado de los wantso hab�a unos ocho
    kilómetros en l�nea recta. El r�o hac�a tantas curvas que su recorrido desde las cataratas hasta la aldea
    ten�a casi diecis�is kilómetros. Ras siguió el sendero m�s directo, trotando all� donde la maleza no era
    demasiado espesa, yendo de rama en rama cuando los �rboles estaban lo bastante cerca (un m�todo de
    avance bastante lento, debido a su peso), y atravesando el r�o a nado cada vez que �ste le imped�a seguir
    avanzando. De la casa del �rbol a la aldea de los wantso hab�a veinticuatro kilómetros, pero tuvo que
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    recorrer casi treinta y cinco debido a que en algunos momentos no ten�a m�s remedio que tomar un
    desv�o. El sol estaba bajando en el cielo igual que un gran p�jaro de color rojo y oro pos�ndose en su
    nido. Ras decidió que matar�a un mono y comer�a antes de seguir avanzando. De otro modo, el hambre
    minar�a sus fuerzas con tal rapidez que no ser�a capaz de hacer gran cosa cuando llegara a la aldea.
    Entonces se encontró con un sendero muy usado por los wantso. Cuando estaba a punto de entrar en �l
    oyó pasos. Se metió en la espesura con el tiempo justo de evitar que le vieran. Gubado, el viejo arpista,
    se acercaba trotando con un peque�o arco y un carcaj a la espalda, de los que se utilizaban para cazar
    animales no demasiado grandes. En una mano llevaba una rata muerta y en la otra una lanza: entre sus
    dientes sosten�a dos cosas blancas de forma cuadrada que se agitaban con el viento creado por la
    carrera de Gubado.
    El viejo hab�a encontrado dos Cartas de Dios.
    Ras salió de la espesura y se plantó a un par de metros del viejo. Gubado se detuvo. Su mand�bula se
    aflojó bruscamente a causa de la sorpresa; sus ojos se desorbitaron. Los papeles cayeron al suelo
    haciendo eses. Ras agitó su cuchillo y se dispuso a preguntarle por Yusufu. Gubado dejó caer lanza y
    rata y se llevó las manos al pecho. Ten�a la cabeza echada hacia atr�s y el rostro retorcido en una mueca.
    Retrocedió un par de pasos, tambale�ndose, mientras sus labios se agitaban sin producir sonido alguno.
    Despu�s dijo: ��Uh� �Uh! �Uh!�, cayó de espaldas y se quedó inmóvil.
    Ras se arrodilló junto al cad�ver.
     Viejo, no ten�a intención de hacerte da�o. Sab�a que eras demasiado d�bil para acompa�ar a los
    guerreros que mataron a mi madre. Y me gustaba o�r tu arpa entre la espesura. De hecho, acab�
    haciendo una para m� y aprend� a tocarla, acord�ndome de cómo t� manipulabas sus cuerdas. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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