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    Lucio Anneo S�neca Tratados morales
    Cap�tulo XXVI
    Muchas cosas no te son l�citas, que lo son a los hombres humildes que est�n
    despreciados en los rincones. La grande fortuna es servidumbre muy grande. No te es
    l�cito hacer cosa alguna por tu gusto. Has de dar audiencia a tantos millares de hombres;
    has de disponer tantos memoriales; has de acudir al despacho de tantas cosas como de
    todas partes del mundo ocurren para poder cumplir por orden de oficio de ministerio tan
    importante; y esto requiere un �nimo quieto. Digo que no te es l�cito llorar, porque para
    tener tiempo de o�r los lamentos de muchos que padecen, y para que aprovechen las
    l�grimas de los que desean llegar a la misericordia del piados�simo C�sar, has de enjugar
    las tuyas. Considera la fe y la industria que debes a su amor, y entender�s que no te es
    l�cito el retirarte, como no lo es a aquel que (seg�n dicen las f�bulas) tiene sobre sus
    hombros el mundo. Al mismo C�sar a quien es l�cito todo, no le son por esta causa l�citas
    muchas cosas. Su cuidado defiende las casas de todos, su industria los deleites de todos y
    su ocupación el descanso de todos. Desde el d�a que C�sar se dedicó al gobierno del
    mundo, se privó del uso de s� mismo, al modo que a los otros que deben sin cesar hacer
    su curso, sin serles l�cito ni detenerse ni ocuparse en cosa suya. As� a ti, en cierto modo,
    te incumbe la misma obligación, no si�ndote l�cito volver los ojos a tus utilidades ni a tus
    estudios. Poseyendo C�sar el mundo, no puede repartirse al deleite ni al dolor, ni a
    ninguna otra cosa, porque te debes todo a C�sar. A�ade que confesando que amas t� a
    C�sar m�s que a tu vida, no te es l�cito viviendo, el quejarte de la fortuna. Viviendo C�sar
    est�n salvos todos tus deudos; ninguna p�rdida has hecho, y as�, no sólo has de tener
    enjutos los ojos, sino alegres. En C�sar lo tienes todo, y �l te basta para todos. Poco
    agradecido ser�s a la fortuna (cosa que est� muy lejos de tus prudent�simos sentidos) si
    vivi�ndote C�sar dieres permisión a las l�grimas. Tambi�n te quiero dar otro remedio,
    sino m�s firme, al menos m�s familiar. Cuando te recoges en tu casa es el tiempo que
    podr�s temer la tristeza; porque el que estuvieres mirando a C�sar, no tendr� ella entrada
    en ti, pues �l te poseer� todo; pero en apart�ndote de su vista, entonces, gozando de la
    ocasión, pondr� el dolor asechanzas a tu soledad, y poco a poco se entrar� en tu �nimo,
    hall�ndote desocupado. Conviene que no permitas estar tiempo alguno apartado de los
    estudios; entonces las letras, tanto tiempo y con tanta felicidad amadas de ti, te ser�n
    gratas defendiendo a su presidente y su venerador. Entonces Homero y Virgilio (a quien
    tanto debe el g�nero humano, como ellos te deben a ti por haberlos hecho conocidos de
    m�s naciones de aquellas para quien escribieron) te asistir�n muchos ratos, y con eso
    estar� seguro todo el tiempo que les entregaren para que te le defiendan. Entonces podr�s
    componer las obras de tu C�sar, para que con pregón dom�stico se canten en todas
    edades. Escribe todo lo que pudieres, pues �l te dar� materia y ejemplo para escribir
    todos los sucesos.
    Cap�tulo XXVII
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    Lucio Anneo S�neca Tratados morales
    No me atrevo a pasar tan adelante, aconsej�ndote que con tu acostumbrada elocuencia
    enlaces f�bulas y apolog�as, obra a�n no intentada por los ingenios romanos. Porque es
    cosa dif�cil que un �nimo tan fuertemente herido pueda tan presto pasar a estudios
    regocijados. Ten por se�al cierta de estar el �nimo fortalecido y vuelto a su ser, si de los
    estudios graves y serios pudiere pasar a estos m�s libres; porque en aqu�llos, aunque la
    austeridad de las cosas que trata le llaman aun estando enfermo y contra su voluntad, no
    admitir� estos otros que se han de tratar con frente desarrugada si no es cuando de todo
    punto estuviere convalecido. As� que a los principios les ha de ejercitar en materias m�s
    severas, y templarle despu�s con otras m�s alegres. Tambi�n te ser� de grande alivio si te
    hicieres esta pregunta: ��El dolor que tengo es en mi nombre o en el del difunto? Si es en
    el m�o, ac�base la jactancia que de mi sufrimiento sol�a tener, y comience el dolor, sin
    que haya en �l otra excusa m�s que el ser honesta; porque el desechar el sentimiento,
    mira a utilidad propia, y ninguna cosa hay menos decente al varón bueno, que llorar por
    cuenta y razón en la muerte de su hermano. Si me duelo en su nombre, es necesario que
    uno de los dos sea juez; porque si a los difuntos no les queda sentido alguno, mi hermano,
    libre ya de todas las incomodidades de la vida, est� restituido al lugar donde estuvo antes
    que naciese, y exento de todo mal, no hay cosa que tema, ninguna que desee y ninguna
    que padezca. Pues �qu� locura es no dejar jam�s de dolerme por el que jam�s ha de tener
    dolor? Si en los difuntos hay alg�n sentido, ya el �nimo de mi hermano, como libre de
    una larga prisión, se regocija, gozando de la vista de la naturaleza de las cosas,
    despreciando desde lugar superior todas las cosas humanas, y viendo m�s de cerca las
    divinas, cuyo conocimiento buscó en balde tanto tiempo. Pues �por qu� me aflijo por el
    que o es bienaventurado o deja de tener ser? Llorar por el bienaventurado, es envidia; y
    por el que no tiene ser, es locura.�
    Cap�tulo XXVIII
    �Mu�vete, por ventura, el ver que carece de los grandes bienes que le rodeaban?
    Cuando pusieres el pensamiento en las muchas cosas que dejó, ponte en que son muchas
    las que deja de temer. No le atormentar� la ira ni le afligir� la enfermedad; no le
    congojar� la sospecha, no le perseguir� la tragadora envidia enemiga de ajenos
    acrecentamientos, no le dar� cuidado el miedo, ni le inquietar� la liviandad de la fortuna,
    que en un instante transfiere en otros sus d�divas. Si haces bien la cuenta, mucho m�s es
    lo que se le perdonó que lo que se le quitó. No gozar� de las riquezas, ni de su gracia y la
    tuya; no recibir� beneficios ni los dar�. �J�zgase desdichado porque perdió estas cosas o
    dichoso porque no las desea? Cr�eme, que es m�s feliz aquel que no necesita de la
    fortuna, que el que la tiene propicia. Todos estos bienes que con hermoso aunque falaz
    deleite nos alegran: el dinero, las dignidades, la potencia y las dem�s cosas a que con
    pasmo mira la ciega codicia del linaje humano, se poseen con trabajo y se miran con
    envidia, quebrantando a los mismos a quien adornan, y siendo m�s lo que amenazan que
    lo que prometen. Estas cosas son deslizaderas e inciertas, y jam�s se tienen con [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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